22 DE NOVIEMBRE: JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

 EL REINO DEL AMOR

 

  Estamos ante una fiesta litúrgica defícil. Porque si entendemos el Reino de Cristo en un sentido político, tropezamos con la autonomía de la sociedad civil, con la separación entre la Iglesia y el Estado. Y si la realeza de Jesús se entiende como un reinado meramente moral y religioso, ¿dónde apoyar el compromiso temporal de los cristianos? El reino de Cristo, como se desprende de la liturgia de la palabra en esta fiesta tiene una clara dimensión de servicio espiritual, pero también social.

  En la primera lectura de hoy, el profeta retrata la realeza servicial de Jesús, al decir: “Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro, y las libraré y las apacentaré”. El amor de Cristo a los hombres le llevó a convertirse en su rey-pastor, realizando lo que predijo el profeta Ezequiel: “Buscaré a las ovejas perdidas, haré volver a las descarriadas, curaré a las enfermas, guardaré a las fuertes”.

  Esta servicio de Jesús com pastor religioso de los hombres se demuestra en la entrega de medios espirituales para el bien de las almas. A lo largo de su vida, Jesús nos da su mensaje evangélico, la eucaristía divinizadora de su cuerpo, el agua purificadora del bautismo, el sacramento del perdón, el regalo de su Madre, la elevación a hijos de Dios por la gracia, el ejemplo y el modelo de la oración cristiana y su muerte en cruz por nuestra salvación eterna.

  En cuanto al servicio material de Jesús como rey-pastor, vemos que a lo largo de su vida pública empleó su poder, no para servirse de los hombres, sino para servirlos en su necesidades corporales. Jesús dio de comer repetidas veces a los que no podían alimentarse, sanó las diversas dolencias de muchos enfermos, individual y colectivamente, dominó las fuerzas de la naturaleza en favor de los suyos y devolvó a la vida a varios muertos.

  Por eso, la mejor forma de honrar a Cristo rey es imitar su actitud de servicio a los hombres. En el evangelio de hoy se nos presenta una parábola sobre la relización del reinado de Jesús en la tierra. Cuando Cristo aparezca como rey eterno, ¿cómo juzgará nuestras actividades? Lo hará según el grado de servicio social prestado a los demás. Toda la escena se concentra en un diálogo entre el juez, que no es otro que Jesús resucitado, y dos grupos de personas: los que han aliviado el sufrimiento de los más necesitados y los que han vivido negándoles su ayuda.

  Este diálogo fascinante es la mejor recapitulación del Evangelio: “el elogio absoluto del amor solidario”. Todos los hombres y mujeres serán juzgados por el mismo criterio. Lo decisivo es el amor práctico y solidario a los necesitados de ayuda. Y este amor se traduce en hechos muy concretos, por ejemplo, “dar de comer”, “dar de beber”, “acoger al inmigrante”, “vestir al desnudo”, “visitar al enfermo o encarcelado”. Los que han hecho todo eso, serán invitados por Jesús para entrar en el Reino de Dios como “benditos del Padre”. Vemos pues que no se trata de un amor platónico ni meramente afectivo, sino de un amor realista, efectivo

  En definitiva, ver el rostro de Jesús en todas las personas “hechas a su imagen y semejanza”. Hay que tomarse en serio la identificación de Jesús con los seres humanos, porque Jesús le da una importancia máxima a este sacramento de su cuerpo místico. Aprendamos de Cristo rey, que fue delante con su ejemplo a cumplir la carta magna del Reino. Sirvamos a los demás como él, y así contribuiremos a la venida de su reinado en la tierra y participaremos de su realeza en el cielo.

  Santa Teresa de Calcuta (1910-1997) en su libro: Jesús, la palabra hablada, cap.8, dice:  es a mí a quien se lo habéis hecho

 Jesús dice; Cualquier cosa que hagáis al último de vuestros hermanos es a mí a quien me lo hacéis. Cuando acogéis a un niño, es a mí a quien me acogéis. Si en mi nombre ofrecéis un vaso de agua, es a mí a quien me lo ofrecéis. Con el fin de estar seguro de que habíamos comprendido bien lo que decía, afirmó que así es como seríamos juzgados a la hora de nuestra muerte: Tuve hambre y me disteis de comer. Estaba desnudo, y me vestisteis. No tenía hogar y me alojasteis.

  No se trata simplemente de hambre de pan; es un hambre de amor. La desnudez no concierne solo al vestido; la desnudez es también la falta de la dignidad humana y de esa magnífica virtud que es la pureza, así como la falta de respeto de unos por otros. Estar sin hogar no es solo no tener casa; estar sin hogar también es ser rechazado, excluido, no amado.

  Termino con la poesía del argentino que vivió en Vigo: Francisco Luis Bernárdez (1900-1978) titulada:


 

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