Catequesis

El papel de la catequesis en la Iglesia.
Cuando escuchamos la palabra catequesis creo que, a la mayoría de personas, la primera imagen que les viene a la mente es la de un grupo de niños recibiendo algún tipo de clase de religión. Olvidando que: "La catequesis es una educación en la fe de los niños, de los jóvenes y adultos, que comprende especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana, dada generalmente de modo orgánico y sistemático con miras a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana" (CT 18).

Además, la catequesis es un elemento importantísimo que “se articula dentro de un cierto número de elementos de la misión pastoral de la Iglesia” Esta tiene como objetivo:
a.      El primer anuncio del Evangelio o predicación misionera para suscitar la fe;
b.     La búsqueda de razones para creer;
c.      La experiencia de vida cristiana: celebración de los sacramentos;
d.     La integración en la comunidad eclesial;
e.      El testimonio apostólico y misionero

"La catequesis está unida íntimamente a toda la vida de la Iglesia. No sólo en la extensión geográfica y el aumento numérico de la Iglesia, sino también y, más aún, su crecimiento interior, su correspondencia con el designio de Dios dependen esencialmente de ella" (CT13).

Por eso creo que todos los cristianos estamos llamados a formarnos para formar, a recibir para transmitir, a catequizarnos para poder catequizar. Pero si queremos hacerlo bien, tenemos que buscar algunas formas sistemáticas y efectivas para poder llevar con fidelidad y alegría el mensaje de Jesucristo, en medio de la sociedad donde nos ha tocado en suerte vivir.

Nuestro objetivo es ir dando herramientas que nos puedan ayudar en la labor catequética de nuestras comunidades. Llevando una línea consecutiva en los temas de cada publicación, además, incluiremos pequeñas historias, dinámicas, cantos o videos con los que se puede ir creando un banco de recursos.


Pidámosle a la Santísima Virgen, primera misionera y catequista, nos acompañe en esta nueva aventura, de querer avanzar en nuestro camino de la fe.

Jesús es el Señor

Es muy importante no olvidar que la experiencia de fe de los primeros testigos, los apóstoles, hizo posible nuestra fe. Ellos nos comunicaron como fue su vida al lado Jesús. Al dejarlo todo y seguirle descubrieron en sus palabras y en sus obras, que Dios hablaba y actuaba en él. Fascinados por su humanidad, nació en ellos esta pregunta: "¿Quién es este hombre?", poco a poco fueron encontrando la respuesta hasta llegar a creer en su mesianismo. Pero con el anuncio de su pasión y muerte quedaron desconcertados y la ejecución de Jesús provocó el tambaleó de la fe en quien creían era el liberador de Israel: “Herido el pastor se dispersaron las ovejas del rebaño" (Mt 26,31).
Jesús resucitado salió a su encuentro y les hizo ver el sentido de las Escrituras que hablaban de él. Esta fuerte experiencia de encuentro con Jesús, vivo para siempre, los volvió a reunir llenos de alegría y libres de temor. Fortalecidos por el Espíritu en Pentecostés descubrieron en la Cruz el amor solidario de Dios con la humanidad y la fidelidad de Jesús a la voluntad del Padre que deseaba que su Hijo estableciera una convivencia nueva entre los hombres. La cruz ya no era vista como fracaso sino como victoria del amor de Dios sobre el pecado y la muerte. Y salieron a anunciar a Jesús de Nazaret muerto y resucitado (Hch 4,12).  De su predicación nacieron nuevos testigos y comunidades cristianas que nos ha ido trasmitiendo su experiencia de fe a través de los siglos.
La experiencia de los primeros discípulos de Jesús derivó en dos principales consecuencias: el anuncio misionero y la vida de comunidad. El libro de los Hechos y las Cartas de los apóstoles ofrecen abundantes datos sobre esas dos consecuencias. El anuncio misionero, acompañado de “señales y prodigios", reviste tal vitalidad que es valiente y no conoce fronteras. Pese a ser un anuncio arriesgado, los apóstoles dan testimonio de Cristo hasta la persecución y el martirio, sintiéndose dichosos por tales padecimientos. De la predicación oral de los apóstoles, primeros testigos, nacerán los Evangelios y las confesiones de fe (credos). Del acontecimiento de la Resurrección, que volvió a reunir a los apóstoles en comunidad como lo hacían con Jesús, y del impulso del Espíritu en Pentecostés nace la Iglesia como comunidad de fe y amor en torno a Jesucristo.


Las comunidades fundadas por los apóstoles no sólo viven una plena comunión interna entre sus miembros, pues “tenían un solo corazón y una sola alma”, sino que también son solidarias entre ellas, ayudándose unas a otras en sus necesidades. El singular relato de los Hechos (2,42—47 y 4,32—35) nos habla dela vivencia de la comunidad de Jerusalén en torno a cuatro ejes:        
        ①    la enseñanza de los apóstoles,
        ②    la oración,
        ③    la Eucaristía o "fracción del pan"
        ④    y el compartir los bienes.

Estos trasgos son comunes a todas las comunidades de la primitiva iglesia según nos muestran los Hechos y las Cartas apostólicas.
La escucha de las enseñanzas de los testigos directos, los apóstoles, es una constante en las primeras comunidades que da origen a la redacción de los Evangelios. Siguiendo el mandato de Jesús aquellas comunidades oraban sin cesar reuniéndose el día del Señor; imploraban la fuerza del Espíritu en medio de dificultades y persecuciones, y ponían su actividad misionera en manos del Señor.
Por lo que podemos leer en las cartas del nuevo testamento se puede constatar que las nuevas comunidades de cristianos como la de Jerusalén, Troade y Corinto la Eucaristía o "fracción del pan” era el centro de su vida, de manera que de su unión con Cristo brotaba en el grupo de los creyentes unos mismos pensamientos y sentimientos hasta compartir y poner en común sus bienes con los más necesitados, dando lugar a lo que conocemos como diaconado, un servicio para administrar los bienes, atender a las viudas y a otras necesidades.
No faltaban problemas, pero pese a los conflictos de personas y comunidades entre sí, las cartas de S. Pablo nos hacen ver que las relaciones humanas en las comunidades eran de verdadera cercanía y fraternidad. La diversidad de dones y carismas entre los creyentes dio lugar a los diversos servicios o ministerios que hacían muy participativa la actividad comunitaria. La espera en el reencuentro de nuevo con Jesús les hacía repetir sin cesar: “Ven, Señor Jesús” (Ap 22,20).
Lo que une y guía a las primeras comunidades cristianas son dos líneas de fuerza bien definidas: Su vinculación a Cristo resucitado y la conciencia de la acción del Espíritu. Anuncian a Jesucristo muerto y resucitado como realización en su persona del Reino de Dios y llave de nuestra salvación: “No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros podamos salvarnos” (Hch 4:12), “Vivo yo, más no yo, es Cristo quien vive en mí”. El gran agente en los inicios de la Iglesia y su continuador es el Espíritu Santo. Los apóstoles tienen conciencia de que aquellos a quienes bautizan quedan llenos del Espíritu Santo; que quien les envía de un lugar a otro y quien toma con ellos las decisiones que afectan a la fe y vida de la comunidad es el Espíritu. Tienen plena conciencia de que es el Espíritu Santo el alma de la iglesia.


Como los apóstoles y aquellos primeros creyentes nosotros estamos llamados a ser hoy testigos de Cristo resucitado. Animados por el Espíritu que infunde, renueva y fortalece la fe en nuestro interior, y apoyados en una rica vivencia comunitaria, todos juntos y cada somos los encargados de comunicar a nuestros hermanos, con la palabra y el testimonio de vida el mensaje del Evangelio de Nuestro Señor Jesuscristo.

La Creación.


Creo que todos en algún momento de nuestras vidas hemos tenido la oportunidad de admirar la majestuosidad de las montañas e incluso hasta hemos tenido la oportunidad de adentrarnos en algún lugar rodeados de la naturaleza, quedando admirados de la belleza de la creación. También hay quienes han podido o pueden contemplar campos de cultivos viendo como día con día estos cultivos van cambiando. Muchas otras personas están en medio de pueblos y ciudades rodeados de fábricas o edificios, que nos hablan de la capacidad creadora del hombre. Cada una de estas obras de la naturaleza y de la capacidad creadora del hombre tienen su origen en Dios, al cual debemos agradecer por todo lo que nos ha regalado.
Pero en una sociedad como la nuestra, marcada por el egocentrismo donde exigimos nuestro derecho a tener y recibir, nos impide ver, sentir y disfrutar de todo lo que Dios nos ha querido regalar y apenas si somos capaces de percatamos de la gratuidad de tantos dones cono nos ha dado, entre ellos el don de la vida, el don de unos padres que por amor nos han entregado todo lo que estaba en sus manos para nuestra realización y felicidad; el don de familiares y amigos que nos aman y aprecian; el don de tantos bienhechores como maestros, profesores, sacerdotes y muchas personas que han contribuido a nuestra educación, cultura y trabajo.
El esplendor de la naturaleza se nos oscurece sin embargo cuando la vemos maltratada por la suciedad y los residuos, dañada por la contaminación de la atmosfera, de los mares y los ríos. Es cierto que en nuestras calles Vemos escenas de solidaridad, de amistad, de alegría, de concordia y trabajo, pero también nos percatamos del desinterés de unos para con otros, y sobre todo rostros que reflejan sufrimiento y marginación. Todos, alguna vez hemos contribuidos al mal trato de la naturaleza, de las cosas y de las personas con las que convivimos.

La creación es un regalo, pero es también una tarea. Por voluntad de Dios tenemos la responsabilidad de hacer un mundo mejor, ser jardineros de la naturaleza y hacer de la tierra un pequeño paraíso donde podamos crecer y gozar como hermanos, solidarios unos de otros, cooperando a la salvación de todos. Hoy estamos llamados a quitar de nuestros ojos las vendas del egoísmo para poner ante nuestros ojos los lentes de la gratuidad, que nos ayuden a valor todo lo que me rodea, porque todo esto ha salido de la mano de Dios como un profundo de acto de amor hacia sus hijos.



De la experiencia de gratuidad que Israel tuvo por su liberación de la esclavitud, primero de Egipto y luego de Babilonia, descubre a Dios no sólo como Salvador y Liberador, sino como su Creador. La fuerza creadora de Dios es la garantía de su liberación. Desde esa experiencia de fe, Israel elabora en los primeros capítulos del Génesis unos relatos sobre los orígenes del universo y de la humanidad, que podemos resumir en los puntos siguientes:
1)     El comienzo de la creación, que es progresiva, ordenada y armoniosa, es pura iniciativa de Dios, no es obra ni de la necesidad ni del azar o casualidad, sino de la libre y amorosa voluntad divina.
2)     Dios decide que en un momento de dicha evolución nazca el ser humano, creado “a su imagen y semejanza” (Gen 1,26), a quien insta a crecer, multiplicarse y dominar la tierra con todos los medios de la creación a su alcance.
3)     Dios se siente feliz pues ve que “todo estaba bien hecho” (Gen 1,31).
4)     Dios desea tener una relación de amor con quien ha creado a su imagen (pasea con el hombre en la brisa del atardecer) y no queriendo más que su bien, le habla al corazón para que no rompa nunca con Él.
5)     El hombre, queriendo ser como Dios, rompe con Él y se incapacita para ejercer rectamente su libertad, por lo que, rota la armonía creada, comienza a originar males: matar a su hermano (Caín), dañar su sexualidad (sentirse desnudo), y generar confusión en la comunicación (Babel), etc.
6)     Pero Dios no abandona a su criatura y le promete un Salvador que restituirá la armonía de la creación. La promesa de salvación nace en la creación, tiene su centro en Jesucristo y culmina en el banquete de las bodas eternas con Cristo en Dios.
“Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito" (Jn 3,16). Jesús es “la plenitud de los tiempos”. Es el Nuevo Adán que pone a la humanidad cara a Dios, la conduce a su plenitud y pone en marcha el Nuevo Pueblo de Dios. Cristo es la nueva creación que, impulsada por su Espíritu, ensancha y abre horizontes a la primera llevando a cabo el plan salvífico de Dios pensado para nosotros. Jesucristo, centro y eje de la historia humana, recupera para Dios el puesto central y restaura la armonía fraterna al hacernos hijos de un mismo Dios Padre, y por lo mismo hermanos, llamados a heredar su misma vida eterna. Jesucristo, Verbo de Dios y Hombre Nuevo, Creador y Salvador, Resucitado y Vivo tiene en sus manos toda la creación y en ella, dueño de la historia, a toda la humanidad. Jesús, el Hijo, haciéndonos hijos de Dios, nos ha regalado una nueva creación y, desde ella, nos convoca para que mediante lazos de comunión cooperemos con El en el plan salvífico de Dios.
Nos alegra sobremanera descubrir por la fe que hemos sido creados por amor; que por amor hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios y que hemos venido a la vida para poder disfrutar de un proyecto suyo maravilloso sobre nosotros. A su vez nos ensancha el corazón saber que Jesús, el Hijo, dio un giro a la creación con la puesta en marcha del Reino de Dios, hermanándose con nosotros y, por la efusión de su Espíritu, transformándonos en hijos e hijas de Dios y llamándonos a ser sus colaboradores en la tarea de re-crear.

Poder vivir en la plenitud de los tiempos, esto es en una nueva creación, es sin duda una inyección de inmenso optimismo y felicidad. Tantos dones como hemos recibido con la creación, especialmente la vida, y sobre todo la filiación divina que nos llega con Jesucristo, nos mueven a la admiración, la gratitud y la alabanza a Dios. Bien podemos cantar con el salmo: “Señor, Dios nuestro, que admirable es tu nombre en toda la tierra” (Sal 8).

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