DOMINGO 32 DEL TIEMPO ORDINARIO

 

 EL BANQUETE DE BODAS

  

La Iglesia en su liturgia de este domingo nos presenta la cita final como el encuentro con su esposo Cristo: “El Reino de los cielos se parece a diez muchachas, que salieron a esperar al esposo”. ¿Hay algo más alegre que una boda? Pues así debe representarse el cristiano la vida humana: cual un recorrido que tiene como meta la unión amorosa con Cristo.

  Unicamente pueden temer la pérdida eterna de Cristo los que acudan a la cita del más allá con la lámpara del amor apagada. Como las jóvenes necias de la parábola que, al presentarse al banquete nupcial, escucharon la respuesta del esposo: “Os lo aseguro: no os conozco”. No es raro que quien no quiso conocer y reconocer a Jesús en el tiempo, no pueda ser reconocido por El en la eternidad. Sólo puede recibir el abrazo de Cristo en el cielo quien lo prepara en la tierra.

  Porque, según la parábola de las diez jóvenes, hay dos tipos de actitud ante la vida, que tienen su repercusión en la muerte. Una insensata, que consiste en no preocuparse de llevar siempre encendida la lámpara de la luz cristiana. Otra sabia, que se toma en serio mantener viva sin cesar la llama de la fe, la esperanza y el amor. Ante una sociedad alocada por laica y materialista, ¿cómo está nuestra sensatez evangélica? ¿Cómo andan nuestras reservas espirituales?

  La salvación no se puede improvisar. Hay que irla preparando cada día. Los que se hallen en el buen camino, no tienen más que perseverar en él.

  ¿Y cuál es el símbolo del aceite? ¿Está Jesús hablando del fervor espiritual, del amor, de la gracia bautismal...? Tal vez es más sencillo recordar su gran deseo: “Yo he venido a traer fuego a la tierra, ¿y qué he de querer sino que se encienda?”. ¿Hay algo que pueda encender más nuestra fe que el contacto vivo con Jesús?

  San Agustín (354-430) en un sermón dijo:

     Las vírgenes se despertaron y prepararon sus lámparas

  ¿Qué quieren decir estas palabras: No llevaban aceite en su lámparas? En su vaso, es decir en su corazón. las vírgenes insensatas, que no han llevado el aceite con ellas, han procurado complacer a los hombres por su abstinencia y por sus buenas obras, que simbolizan las lámparas. Ahora bien, si el motivo de sus buenas obras es complacer a los hombres, no llevan el aceite con ellas. Vosotros, en cambio, llevad este aceite con vosotros; llevadlo en vuestro interior, donde solo Dios ve; llevad allí el testimonio de una buena conciencia. Si evitáis el mal y hacéis el bien para recibir los elogios de los hombres, no tenéis aceite en el interior de vuestra alma.

  Las lámparas de las vírgenes sensatas brillan con un vivo esplendor, alimentadas por el aceite interior, por la paz de la conciencia, por la gloria secreta del alma, por la caridad que las inflama. Las lámparas de las vírgenes necias también brillan; y ¿por qué brillan? Porque su luz era producida por las alabanzas de los hombres. Cuando se levantaron, es decir, en la resurrección de los muertos, empezaron a disponer sus lámparas, es decir, a calcular las cuentas que debían rendir a Dios de sus obras. Sin embargo, entonces no había nadie para alabarlas. Buscaban, como lo habrían hecho siempre, brillar con el aceite de otros, vivir de los elogios de los hombres: Dadnos de vuestro aceite, porque nuestras lámparas se apagan.

  Termino con el soneto de Pilar Blázquez Vicente (2004):


 

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