Dios nos acompaña y nos guía
Jesús, “profeta poderoso en obras y palabras” (Lc 24,19), es más que un profeta; él es “la Palabra de Dios hecha carne” (Jn 1,14); en Él se cumplen todas las promesas hechas desde antiguo. Es “El Profeta” seducido y poseído por el Espíritu que en la soledad del desierto busca conocer que espera Dios de él, porque su único alimento es hacer la voluntad de su Padre, anteponiéndola siempre a la suya: “No se haga mi voluntad sino la tuya” (Mt 26,36).
1) Jesús denuncia los males de su pueblo, culpando a fariseos y maestros de la ley (Mt 23) y anuncia el Reinado de Dios: “Se ha cumplido el plazo, convertíos y creed la Buena Noticia” (Mc 1,14).
2) Jesús es un hombre auténtico, reconociéndolo así sus adversarios: “Maestro, sabemos que dices siempre la verdad, que no te dejas llevar por los que dice la gente” (Mt 22,17).
3) Su mensaje abarca toda la vida: el problema del mal, la enfermedad, la marginación la pobreza, la violencia, la prepotencia del poder, la fidelidad a Dios, etc. Hablando unas veces con dulzura: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados” (Mt 11,28) y otras con fuerza denunciando a los fariseos (Mt 23) y a los mercaderes del templo (Mc 11,15-19).
4) Mantiene con Dios una relación filial: “Yo he venido de parte de mi Padre” (Jn 5,43); “Hablo conforme a lo que Él me enseñó” (Jn 8,28).
La Iglesia es una comunidad de profetas. Por la unción del Santo Crisma en el bautismo fuimos conformados con Cristo sacerdote, profeta y rey, lo que significa que los seguidores de Jesús continuamos su misión profética en el mundo con la palabra y el testimonio de nuestra vida. “Todo cristiano participa del carácter profético de Cristo”, dando un testimonio vivo de él, sobre todo con la vida de fe y amor” (LG 12). En respuesta a las preguntas de Pablo VI en su Encíclica Evangelii nuntiandi, la misión profética nos insta a “creer lo que anunciamos, vivir lo que creemos y predicar lo que vivimos” (EN 76). El papa Francisco nos acaba de decir en su exhortación Evangelli Gaudium: “Los cristianos tienen el deber de anunciar el Evangelio sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello y ofrece un banquete deseable”
En el mundo de hoy hay muchos no creyentes, y nos debemos preguntar con San Pablo “¿Cómo van a creer si nadie les anuncia el mensaje? (Rom 10,14). El ejercicio del ministerio profético nos responsabiliza a todos, pero necesitamos la experiencia interior de sentirnos, como los profetas, seducidos por Dios, poseídos por su Palabra. Somos profetas por el bautismo, y cada uno a su nivel, ha de hablar de lo que Dios le inspira en su corazón.
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