PERO EL PECADO ROMPE LA ARMONIA (III)

 

3.     5.  El pecado personal conduce a pecados sociales

El pecado es, ante todo, personal, fruto de una decisión libre. Pero los pecados personales crean una atmósfera de pecado, que se proyecta en estructuras y comportamientos sociales pecaminosos. El Papa Juan Pablo II, en la encíclica “Centesimus Annus” (Nº 40), afirma que algunas decisiones humanas llegan a crear lo que llamamos “estructuras de pecado”. Éstas oprimen a las personas y les impiden realizarse plenamente como tales. Por eso demoler tales estructuras y sustituirlas con formas más auténticas de convivencia, es un cometido que exige valentía y paciencia.

La actitud del pecado; esto es, la conformidad ante una situación pecaminosa consciente y repetida, engendra la corrupción y vicio. Por nuestro pecado, somos responsables de que haya dolor y sufrimiento en muchos corazones; de que las familias se desunan y de que los hermanos se odien. Cuando Caín mató a su hermano Abel (génesis 4, 1’16) entró la división. Y la comunidad humana sufre todas las consecuencias de esta desunión.

·        El odio

·        La envidia

·        El afán de ganar sin medida

·        El deseo de tener más poder

·        La superficialidad y la irresponsabilidad

·        El gastar en los vicios la energía que Dios nos dio

·        La esclavitud de las malas costumbres

·        La pérdida del respeto a los demás y a nosotros mismos.

·        El dominio del fuerte sobre el débil

·        La guerra entre los pueblos

 

6. Necesitamos un cambio personal 

Alejarse de Dios significa dañarnos a nosotros mismos, a los hermanos y a la creación. Significa producir por nuestro gusto esclavitudes que hacen que la familia humana viva confundida. No podemos dejar que el pecado penetre en nuestros corazones. No podemos permitir que, por falta de amor, digamos No a Dios y sembremos la discordia y el desorden. Dios es amor y nos llama a vivir animados por el amor.

La vida del ser humano es un duro combate contra los poderes de las tinieblas, para adherirse al bien. La Iglesia, en los últimos tiempos, insiste en la exigencia personal de conversión interior para obtener cambios sociales que estén realmente al servicio de la persona humana Con Dios somos capaces de vencer el mal; nos regaló un Salvador, el Mesías, Jesús, precisamente para que podamos lograr esa victoria contra el pecado. Unidos al Él podemos vencer.

 

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