DIOS SE NOS REVELA (II)

 1. Dios se nos revela en la historia y en los acontecimientos


Una vez rota la unidad del género humano por el pecado de nuestros primeros padres, Dios decide desde el comienzo salvar a la humanidad a través de una serie de grandes intervenciones. Es en la misma historia del pueblo de Israel y en sus acontecimientos, como los israelitas van descubriendo a un Dios que se les revela realizando maravillas en su favor, e invitándolos a hacer Alianza con Él. Recordemos algunas de esas acciones de Dios en la historia de Israel:

  • Selló con Noé una alianza eterna entre Él y todos los seres vivientes (Génesis 9,16)
  • Eligió a Abraham y selló una Alianza con él y su descendencia (Génesis 15,18). De ésta formó a su pueblo, al que reveló su ley por medio de Moisés (Éxodo 24,12; Juan 1,17).
  • Preparó a su pueblo por medio de los profetas, para que acogieran la salvación destinada a toda la humanidad (Hebreos 1, 1-2)
  • Su revelación plena se da con el envío de su propio Hijo, Jesucristo (Juan 1,18; 14,8-9)

Así como Dios se reveló en la historia de Israel, también hoy las situaciones humanas y los acontecimientos de la vida son lugares donde Dios se sigue manifestando. En ellos debemos estar atentos para descubrir la presencia o la ausencia de Dios. Hay que saber experimentar a Dios que se nos revela a través de los signos de los tiempos.

Así lo descubrió Israel en cada momento que le tocó vivir. En la salida de Egipto, en la conquista de la tierra prometida, en los momentos más difíciles, descubrió a Dios como su Salvador. También supo descubrirlo en sus propias infidelidades, como pueblo elegido de Dios.

Esta experiencia de Dios se fue transmitiendo “oralmente” de padres a hijos, de una generación a otra. Los israelitas transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las acciones y palabras de Yahvé, iluminados también por el mensaje de los profetas. Más tarde, personas inspiradas por Dios, y a lo largo de varios siglos, pusieron “por escrito” esta historia de salvación. Estos escritos constituyen hoy los libros del Antiguo Testamento de la Biblia.

2.   La plenitud de la Revelación por medio de Jesucristo

La forma más clara y perfecta con que Dios se nos ha revelado ha sido a través de su mismo Hijo, en quien ha establecido su Alianza nueva y definitiva. Él es la Palabra de Dios, que se hizo carne y habitó entre nosotros. Leemos en la carta a los Hebreos (1,1-2): “En estos últimos días, nos habló a nosotros por medio de su Hijo Jesús”.

En Jesús se lleva a cabo la plenitud de la revelación de Dios. En Él ya Dios nos ha dicho todo. No habrá otra palabra más que ésta. Sin embargo, si bien es cierto que la totalidad de la revelación se realizó de una vez por todas en Cristo, también es cierto que este acontecimiento (Cristo) sigue presente a lo largo de la historia de los humanos para ser comprendido y vivido en cada circunstancia. En este sentido, podemos afirmar que la Revelación tiene un carácter dinámico.

En efecto, los discípulos de Jesús recibieron de Él el difícil encargo de transmitir, a través de su predicación, el mensaje recibido de su Maestro (Mateo 28,18-19). Ellos lo cumplieron fielmente, fortalecidos por a presencia de Jesús y por la asistencia del Espíritu Santo. Buena parte de cuanto los primeros discípulos vieron, oyeron y reflexionaron, lo pusieron por escrito algunos apóstoles o sus discípulos. Son los libros que forman el Nuevo Testamento.

En relación con las “revelaciones privadas”, hemos de atender lo que nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica en el N.º 67: “A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas 'privadas', algunas de las cuales han sido reconocida por la autoridad de la Iglesia. Sin embargo, no pertenecer al depósito de la fe. Su función no es la de 'mejorar' o 'completar' la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más planamente en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles sabe discernir y acoger lo que es a sestas revelaciones constituye una llama auténtica de Cristo o de sus santos en la Iglesia”.

3.  La Iglesia comunica la Revelación Divina

Como Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Timoteo 2,4), quiere, por lo tanto, que su Revelación sea comunicada a todos los pueblos y que sea conocida hasta los confines del mundo y hasta el fin de los tiempos. Esta transmisión viva es encomendada a la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo quien cuida de la legitimidad del Mensaje de Dios mediante el Magisterio de la Iglesia. El Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Divina Revelación (N.º 8) nos enseña que: “…para que este Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los apóstoles nombraron como sucesores a los obispos, dejándoles su cargo e el magisterio… La Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree.”

Es así como la Revelación que el Padre ha hecho de sí mismo por su Hijo en el Espíritu Santo, sigue presente y activa en la Iglesia, hasta nuestros días. Dios nos quiere ayudar, por medio de la Iglesia, a discernir su acción en nuestra historia, porque Él sigue manifestándose en las diferentes culturas, en los acontecimientos y en nuestras aspiraciones. Esa continua manifestación de Dios espera de nosotros una respuesta en lo personal, en lo comunitario y en lo social. Esta respuesta la vamos elaborando aquí y ahora en nuestro quehacer cotidiano, en nuestra historia. De esta manera nuestra propia vida Cristian es, en cierta manera, expresión de la Revelación de Dios.

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